miércoles, 22 de agosto de 2012

ANÉCDOTAS DE UNA MAÑANA DE MARCHA

CURIOSIDADES DE UNA MAÑANA DE MARCHA.

Llegué a Posadas cuando estaban descansando en un velódromo a la salida del pueblo. No habíaN podido acceder al centro del pueblo donde están los posibles objetivos de las “sorpresas”, rutinarias de esta marcha. El Alcalde del PP había recomendado el cierre de todos los comercios y bancos.

Saludé a muchos conocidos, y un militante del SAT hizo gestiones hasta que pude quedarme solo con Gordillo en un rincón apartado a la sombra de unos cipreses. Ya había empezado la nueva etapa cuando terminamos de hablar mientras salíamos a sitio visible. Un periodista lo agarró del brazo diciendo: “Me lo llevo”.

Cañamero se estaba comiendo media sandía extrayendo trozos con una navaja. Cuando terminó la cola de la marcha no se veía. Otra cadena, creo que extranjera, lo abordó. Mientras yo estaba con unos amigos de Fernán Núñez que se lamentaban de los pocos militantes de IU que había de los pueblos cercanos. Aunque no era del todo verdad, eso nos llevó a otras coincidencias que laten en el ambiente.

Ellos no podían seguir a la marcha porque habían venido en coche y no podían dejarlo en Posadas, por lo que se ofrecieron a llevarnos. Diego se negó diciendo que en diez minutos la alcanzaría. Yo me arriesgué a seguir su ritmo. Otros dos descolgados nos precedían unos cien metros. Apenas un kilómetro después me paré porque un hortelano nos ofreció una bolsa de higos. Diego siguió y me costó alcanzarlo. Varios coches se ofrecían a llevarnos con la misma respuesta negativa de mi acompañante. Se comió dos higos que le parecieron exquisitos, aunque a mí, por estar calientes, no me gustó el que probé.
Se paró un nuevo coche, que conducía la mujer de uno que iba delante, y aproveché para darle la bolsa de higos y quitarme peso. Diego había salido sin coger agua, yo llevaba poca, por lo que le dije a la compañera que si tenía. Nos dio una botella congelada que llevaba en una nevera.
Los dos que nos precedían tomaron un "atajo". Para nuestra desgracia, Diego y yo los seguimos.
Cuando nos dimos cuenta llegamos a un embudo entre las vías del AVE a la izquierda y las vías normales a la derecha, pero separados de la carretera por las primeras que están cercadas.
Diego estaba resuelto a volverse pero lo convencí de seguir porque sabía que había varios arroyos y por alguno de los puentes podríamos pasar debajo de las vías hasta la carretera.
En el segundo arroyo lo conseguimos, después de tres kilómetros campo a través. Salimos por un túnel de al menos 50 metros, poco más alto que nosotros, a una finca de naranjos de la que nos costó salir, por debajo de la valla, a la carretera.
La marcha seguía a un kilómetro y pico, yo estaba al borde de un golpe de calor y le dije que siguiera él, junto con los dos compañeros a los que habíamos alcanzado. Sabía que no sería capaz de seguir a un ritmo que a él le permitiera alcanzar a la marcha antes de Almodóvar. Hay al final una subida de al menos tres kilómetros, eran casi las dos de la tarde y la carretera ardía. Le dije que se fuera que yo seguiría caminando a un ritmo menor y llamaría pidiendo rescate.
A Diego le pareció bien y me fue cogiendo distancia. Pero de forma repentina, para mi sorpresa, con un calor de mil demonios, se puso a correr dejando a los otros dos solos, delante de mí.
Llegué a la entrada del pueblo poco antes que la marcha. Un numeroso grupo de gente, y docenas de Guardias Civiles, esperaban. Un furgón con megafonía en el que un gaitero venido de Galicia interpretaba el himno de riego, y otro con agua, la precedía.
Detrás ya estaba Diego. A tiempo para imponer su autoridad sobre los agentes que pararon la entrada a la gente reventada de andar, para darle preferencia a los coches ajenos a la marcha.

Uno de los agentes se echó mano a la porra, mientras el compañero subido a la megafonía, le espetó: ¡¡¡¡Venga valientes, si lo estáis deseando!!!!. Cuando pude llegar a ver lo que pasaba, Diego estaba con las venas del cuello con vida propia, gritando paz, paz, que no pasa nada, razonando a los agentes: no metamos la pata, que ha sido todo un malentendido. Lola y otros le ayudaron a organizar la entrada por la estrecha calle y el río humano bajamos por ella.
Espera una ducha, arroces que los vecinos tienen preparados y, seguramente, una siesta merecida. Esta tarde Asamblea.
Mañana también los acompañaré hasta Córdoba.

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