miércoles, 18 de febrero de 2009

A LOS CURAS OBREROS (Paco, Rafa y Miguel Ángel)

Hoy, en el 246 aniversario de la fundación de la Colonia de Fuente Palmera, han nombrado hijos adoptivos a Paco, Rafa y Miguel Ángel.

Era una deuda que hoy se ha visto saldada.

A mi derecha Miguel Ángel y su hermano Eulalio Ibánez. A mi izquierda, Rafa y Paco.


Hasta ahora nadie en la Colonia de Fuente Palmera ha hecho justicia con el público reconocimiento del gran regalo que fueron para nuestros pueblos esos tres hombres, curas sin sotana, venidos para mostrarnos el rostro cercano y humano de una Iglesia fraternal con los empobrecidos de entonces, nueva y liberadora de tantas ataduras. Incluso con el tiempo, aquella etapa se nos presenta por la jerarquía actual de la Iglesia, y un sector de la misma, como un error afortunadamente rectificado.


Por una vez vimos como la Iglesia se ponía del lado de los perdedores, como evidenciaban con su vida y su palabra la inhumana lógica del capital, del mercado, de los privilegios ancestrales del caciquismo agrario andaluz, y los desastres que provoca. Después de verlos compartir con sus compañeros el tajo, los sudores y fatigas de una dura jornada de algodón, o de aceituna, sin otra pretensión que mostrarse cercanos y en disposición de ayuda, sin exigencias ni adoctrinamientos, era más fácil entenderlos después en la Iglesia cuando nos decían: Dios es amor.


Cuando hablamos de los tiempos de la transición política, nos referimos al papel fundamental del Rey, de Suárez, y algunos llegan a reconocer la grandeza, generosidad y sensatez del Partido Comunista. Sin embargo, quiero reconocer hoy el inmenso papel que jugaron las organizaciones obreras cristianas y los curas de la teología de la liberación, tanto en el debilitamiento del Régimen, como en la construcción de un nuevo futuro para nuestro país.


Rafa, Paco y Miguel Ángel mantuvieron desde el primer día una actitud de servicio desinteresado, de humildes portavoces de un mensaje que la jerarquía de la Iglesia, protectora y detentadora del poder, aliada de la riqueza, controladora de la sociedad, había ocultado. Con ellos aprendimos el valor de grandes y hermosas palabras, como igualdad, fraternidad, justicia, misericordia, libertad. Sentimos que era posible la utopía necesaria. Además de a Cristo nos hicieron participes del testimonio de otros grandes hombres como Ghandi, Luther King, Allende, monseñor Romero. Cantamos junto a ellos canciones desconocidas de autores prohibidos: Victor Jara, con “A desalambrar”, “Te recuerdo Amanda”, o aquél Padre nuestro, subversivo y liberador, que decía: “Levántate y mírate las manos, para crecer estréchala a tu hermano, juntos iremos unidos en la sangre, hoy es el tiempo que pudo ser mañana”. Paco Ibáñez, cantando a Machado, Lorca, Miguel Hernández, o Gabriel Celaya, en “La poesía es un arma cargada de futuro”, que Rafa cantaba en todas las muchas ocasiones en que, en el Bar de Ricardo, la charla terminaba en fiesta, y algunos terminamos por memorizarla:


"Poesía para el pobre, poesía necesaria como el pan de cada día, como el aire que exigimos trece veces por minuto, para ser y en tanto somos dar un sí que glorifica. Porque vivimos a golpes, porque apenas si nos dejan decir que somos quienes somos, nuestros cantares no pueden ser sin pecado un adorno. Estamos tocando el fondo, estamos tocando el fondo".


Nacieron inquietudes y era intensamente gratificante ver al cura, al jornalero, convertirse en director de teatro, en profesor, y el joven jornalero en alumno, en actor, en cómplice de una tarea que hacía extender la ilusión en un pueblo oprimido y alienado. La misma gente que había visto al cura entrometido, perseguidor de pecadores, controlador de la vida privada, siempre invitado en la mesa del rico, veía ahora al cura pesando sacos de algodón, con los "ganchos" colgados del cuello, y después en la taberna hablando con sus compañeros de ¿a cuánto lo pagan en “La Corregidora, en “La Suerte”, o “Las Valbuenas”?; dando clases de los cursos de alfabetización de Radio ECCA, ensayando el Mercado, o Jesucristo Superstar; cogiendo la maleta y emigrando a la uva a Francia, o a la aceituna a Torrubia en Jaén. Allí invitaron al obispo (el recordado Monseñor Cirarda) a ir a visitarlos y éste así lo hizo. Imaginad la sorpresa de los aceituneros, del patrón y del obispo al comprobar las condiciones del alojamiento y la sintonía de los curas y sus feligreses-compañeros.


Nada fue gratis, no hay cambio sin sufrimiento. En los últimos años del franquismo sufrieron incomprensión de unos, críticas, persecución y hostigamiento desde el poder, desde los sectores reaccionarios, y la continua vigilancia desde una superioridad, en el mejor de los casos, superada por las circunstancias. Llegada la democracia, también recelaron algunos elementos de algún partido de izquierdas, en Córdoba y en la Colonia, de aquellos elementos con influencia en la gente y que no controlaban. Sobre todo de los que no se unieron a la tarea de adoctrinamiento partidista con el principal y casi exclusivo objetivo de conseguir y mantenerse en el poder.


Con el tiempo, Rafa Yuste primero y Miguel Ángel se fueron buscando otros frentes dentro de su compromiso. Rafa a Nicaragua y Miguel a Marinaleda. Paco se quedó en Fuente Palmera con una nueva vida, con otras responsabilidades, pero sin abandonar nunca la actitud de servicio, el compromiso con sus valores, sus creencias y sus ideales de justicia. Escribo estas letras, con ocasión de la presentación que realicé del libro Pobres Palabras, del que es autor Paco López de Ahumada, que tuvo lugar el día 27 de enero pasado, en Bodegas Campos de Córdoba, de la mano del Ateneo de Córdoba. Espero que alguna vez, desde alguna instancia, oficial o no, de la Colonia de Fuente Palmera, se ponga en valor esta parte de su historia, y a sus protagonistas.