sábado, 21 de enero de 2012

CRISIS ÉTICA


Confieso que en ésto de dictar normas para los demás somos, yo el primero, siempre más certeros que en aplicárnoslas a nosotros mismos. Cuantas veces nos hacemos trampas en el solitario, vemos la paja en el ojo ajeno, sobre todo miramos al otro para evitar mirarnos y conocernos. Reconocernos en los males ajenos, hacernos preguntas complicadas, reconocer nuestras debilidades, nuestros miedos y enfrentarlos no es plato de buen gusto para nadie. Nos aparecen palpables los males del partido ajeno, de la religión ajena, del equipo de fútbol contrario. Hablamos y hablamos para romper el silencio, que siempre nos examina, para que no podamos comprobar cuanto de lo que criticamos llevamos dentro.


Aye estuve viendo un programa interesante sobre la economía sumergida, la evasión de impuestos, los paraísos fiscales, las prestaciones recibidas sin merecerlo, en definitiva, nada que no veamos en cada barrio, pueblo, o que no adivinemos de los grandes magnates o mangantes. Hablaron del fraude contrario a la ley, pero nada se dijo del legal, del que ya las leyes llevan incorporado. Me llevó a pensar en la corrupción de tantos políticos hasta llegar a la Corona, en el reconocimiento social de que el que no roba es porque no puede o el que no defrauda es porque está controlado. Es tanta la presión que el honrado no se atreve a cuestionar al defraudador, el que trabaja en limpio no ve obstáculo en que otros lo hagan en negro, no ve el peligro para la supervivencia de la empresa cumplidora, de las prestaciones y servicios públicos que aquellos ponen en riesgo seguro. Vienen tiempos difíciles, todo está en peligro. La búsqueda de seguridades hace que muchos miren al poder buscando en él soluciones que se impongan, que ordenen lo que individualmente es imposible conseguir. Pero el desconcierto de las masas las idiotiza, las somete a cualquier espontáneo como la historia enseña. Ya conocemos, o debiéramos conocer las consecuencias. Crece la ultraderecha en Europa, el racismo y la xenofobia. El otro es siempre el culpable de todo. El extranjero, el catalán, el andaluz, el vasco o el gallego; el trabajador, el parado fraudulento, el funcionario, el médico, el juez, el abogado; el policía o el indignado, nadie se queda sin enemigo del que echar mano, con mayor o menor razón en cada caso. Nuestros egos poderosos vencen siempre contra nuestra necesidad de encontrar espacios de encuentro y de responsabilidad social.


La izquierda, los utópicos de la sociedad igualitaria en derechos y obligaciones, tenemos miles de razones para protestar; mientras predicamos, somos incapaces de asumir responsabilidades, de unir esfuerzos, de mostrar piedad con el que discrepa lo más mínimo de nuestra absoluta verdad. Desde la llamada izquierda gobernante no se ha hecho una mínima pedagogía de que lo que dice la Internacional: "No más deberes sin derechos, ningún derecho sin deber", es una exigencia ética irrenunciable. La pedagogía ha sido la del intercambio de favores por votos, la del compadreo, la del palo y la zanahoria.


Una nueva sociedad no será posible sin ciudadanos conscientes de ser tales, de que sus derechos no son gratis, nadie los regala, nos los damos nosotros mismos cuando nos comprometemos a participar en hacerlos posibles para nosotros y para los demás. No existen atajos, ni huidas adelante que no conduzcan a la selva, al fascismo y a la destrucción de la guerra total.


Para sustituir al sistema que nos atenaza y nos hace infelices, tenemos que derrotarnos, observar y destruir a los vicios y prácticas que actúan como aliados del sistema y que anidan en nuestro interior.

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