La mentira tiene su mejor aliada en la desmemoria del pueblo.
Rajoy y los que ayer nos vendían unidos
que España iba bien, nos dicen hoy que la burbuja del ladrillo y la corrupción
del PP, fueron culpa de Aznar. No lo reconocerían si no fuera porque usan sus pecados
del pasado como armas arrojadizas en su lucha por el poder, pero deberíamos
saberlo sin esa ayuda. Sólo necesitamos memoria.
Con memoria, verdad y justicia, Aznar no
tendría que ser rechazado por ser un bocazas para los suyos, sino por ser un reconocido
delincuente internacional que, contra la inmensa mayoría de este pueblo, nos
metió en una guerra por intereses bastardos.
Con memoria y contando con los dedos, sabríamos
que no saldremos el año que viene de la crisis, que la deuda privada pedida
para pagar el dinero que infló la
burbuja, es impagable; que el paro nunca se resolverá en este régimen de poder
del dinero sobre los ciudadanos.
Ahondando un poco más descubrimos que única
crisis real es producto del déficit de soberanía del pueblo, de la
ausencia de poder real para decidir, individual y colectivamente, qué vamos a
hacer con nuestras vidas, ante la realidad de que nos tratan como mercancías en
manos de banqueros.
El poder del dinero cada vez se esconde menos. Estos
días tenemos aquí a los inspectores de la Troika como prueba de la
insignificancia de personajes como Aznar, Felipe, Rajoy, Rubalcaba, que antes
servían como títeres de feria para distraer al personal, pero ahora con decir
Europa, déficit, austeridad, es suficiente. Al dinero no sólo no le preocupa el
descrédito de los políticos por haber sucumbido a sus encantos. Eso está dentro
de su guión para en un momento dado sustituirlos por sus propios hombres de
negro.
El cambio comienza, por tanto, al
descubrir la mentira, la irrealidad actual de conceptos como Europa, España o
democracia. Europa no es más que la voluntad de los poderes financieros que nos
han sumido en esta crisis y, además, nos la están haciendo pagar. España es sólo
una delegación territorial de esos poderes que dejan vacías nuestra leyes, y huecos los
derechos conquistados con dolor y sangre.
De esta crisis no saldremos nunca sin decidir
comprometernos con la realidad que nos ha tocado vivir. Sin crear desde abajo
una nueva realidad política, económica, social, y ecológica. Una democracia
real que sea fruto de un radical cambio cultural y ético. Ese que empieza porque
el pueblo no regale nunca su poder basado en la mentira, que, como mucho, lo
preste por su propio interés, bajo su propio control, y como ocurre en los
contratos hipotecarios, con pacto de vencimiento anticipado y desahucio en caso
de un solo incumplimiento.
Lo bueno de estar atrapado es que no podemos
seguir huyendo. Ya sólo nos queda, como una salida digna y viable, unirnos y luchar.
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